El primer
día en Toledo reservamos mesa para
cenar en “La Abadía”, en la Plaza de
San Nicolás.
Había
mucha gente y estaba hasta la bandera.
El local
es muy… ¿Toledano? Quiero decir, madera, piedra, hierro, ladrillo y luz tenue,
como la ciudad.
Bajamos
al comedor por una escalera estrecha que llega a una sala con bóveda de cañón
de ladrillo visto con hornacinas en las paredes, luces indirectas, agradable,
antiguo, acogedor…
Tardamos
en decidirnos con los platos, quizás no teníamos mucha hambre. A parte de agua
pedimos un vino de la tierra, un “Torre Gazate”, para pasar la comida, la cual
no sé si fue acertada, quizás mitad y mitad.
Degustación
de ensaladas que solo estaban pasables, nada del otro mundo, de echo nos pusieron
un aperitivo de cortesía a base de pepinillos y queso que estaba bastante
mejor.
El
milhojas de ahumados tampoco me gustó especialmente. Sin embargo la espada de solomillos me pareció que estaba muy buena, por la calidad de la carne, claro, pero las salsas que la acompañaban no le pegaban especialmente, romesco y tzatziki, aún así repetimos, porque una sola era escaso para cuatro y la carne
estaba exquisita.
Tampoco
me gustó mucho el numerito de las espadas, entiendo lo del rollo “acero
toledano” y supongo que a los turistas les encantará, pero a mi particularmente
no me hizo mucha gracia, sobretodo porque la primera camarera se la veía con
experiencia y sacó los solomillos en un santiamén, pero la segunda daba miedo
con la espada.
No hubo
postre ni café. (20,00 € p.p.).
Fecha de visita: Abril 2011
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