Cuando uno decide ir a San Sebastián no se le ocurre pensar que precisamente ese fin de semana sea el “Festival de Cine”. Pero así ocurrió, nos encontramos una ciudad llena de gente, de periodistas, de actores y de admiradores. Pero aún así fue fascinante.
Las casas, las calles, la playa de la Concha, ni siquiera la lluvia consigue desmerecerla.
Nos la pateamos a conciencia, ni el chaparrón consiguió pararnos, un ratito en un portal, un café en el mercado y así pasábamos los aguaceros mientras veíamos Donostia.
El coche lo dejamos el primer día en un parking y volvimos a por él el último, así que nuestro transporte fue el calzado.
Lo genial es que San Sebastián es perfecta para pasear.
Nada más llegar nos encaminamos bajo la lluvia por la Calle Getaria, atravesamos la Avenida de la Libertad, centro económico de la ciudad, continuamos por la Calle Churruca para refugiarnos bajo los soportales de la Diputación Floral en la Plaza de Guipúzcoa y llegamos a la Alameda del Boulevard desde la Calle Elcano. El Boulevard divide el barrio del Centro con la Parte Vieja, con su paseo, su quiosco de la música y las terrazas de las cafeterías, es una de las avenidas más ajetreadas de la ciudad.
Una vez cruzas el Boulevard uno se introduce de lleno en la Parte Vieja, aquí las calles son todas peatonales, no muy anchas, llenas de bares, tiendas y gente. Tienen una animación continua, puedes pasarte horas caminando por ellas buscando que ver, que comprar, que comer y que beber. Y ya que estábamos aquí y era tarde acabamos el día tomando unas cañas y degustando los magníficos pinchos donostiarras.
Al día siguiente y con fuerzas renovadas comenzamos la visita en la Catedral del Buen Pastor. Situada en la Plaza del Buen Pastor, junto a la Calle San Martín, de estilo Neogótico, su construcción se terminó en 1.899, el arquitecto, Manuel de Echave, se inspiró para su realización en la Catedral de Colonia.
En el exterior destaca su torre-campanario, esbelta como las agujas de la Catedral de Colonia y el interior es limpio, alto, sin decoración recargada, muy austero.
La Calle San Martín, presidida por la torre de la catedral, se encuentra rodeada por el ambiente de clase alta de la ciudad, elegante y distinguido, en sus aceras se encuentran las tiendas más lujosas.
A continuación nos dimos un pequeño paseo por el Centro, cuadriculado y modernista, se creó tras la demolición de las murallas a mediados del S. XIX, la ciudad aquí es más alta, más amplia, con grandes calles y edificios señoriales dotados de cierta tendencia “Art Decó”. Recorrimos las Calles de Fuenterrabia, Garibai, Andia y Camino para terminar en las traseras del magnífico Hotel María Cristina.
Rodeamos el edificio en el cual se albergaban todas las estrellas presentes en el festival y desde el Paseo de la República Argentina nos detuvimos un ratito para ver si alguno de los actores aparecía camino del Teatro Victoria Eugenia. Situado en la orilla del Río Urumea fue inaugurado en 1.912, al mismo tiempo que el Hotel María Cristina, la piedra arenisca de su fachada es el escenario principal del Festival.
Frente a él, en la otra orilla se encuentra el Kursaal, obra de Moneo, el vidrio que lo envuelve reflejaba el gris del cielo y la bravura del río en la desembocadura.
Paseamos bajo una lluvia intermitente por el Paseo de Salamanca y nos adentramos en la Parte Vieja por la Calle Soraluze, donde nos encontramos con la fachada de la Iglesia de San Vicente. Se trata de la iglesia más antigua de la ciudad, de estilo gótico se construyó en la primera mitad del S. XVI, su fachada como otras construcciones de la época, asemeja una fortaleza.
Continuamos por la Calle 31 de Agosto, en recuerdo del incendio que asoló la ciudad en 1.813. Cuando la guerra de la Independencia tocaba a su fin, las tropas del Duque de Wellington prendieron fuego a la ciudad y ardieron 560 casas de las 600 que poseía. La mayor parte de ellas se salvaron en esta calle, ya que albergaban a los oficiales británicos y portugueses que preparaban el asalto al castillo.
La Calle 31 de Agosto termina en la Iglesia de Santa María, de fachada barroca presidida por la escultura de San Sebastián, se edificó sobre un edificio románico anterior. Alberga a la patrona de la ciudad, Nuestra Señora del Coro.
Frente a la puerta de la Iglesia de Santa María se encuentra la Calle Mayor y a través de la calle se ve frente por frente la puerta de la Catedral.
En la Calle Mayor cogimos a la derecha la Calle Puerto para adentrarnos el la Plaza de la Constitución, rectangular, presidida por el antiguo Ayuntamiento destacan los números sobre los balcones de sus fachadas, señalando su pasado como coso taurino. Aquí se celebran la mayor parte de los acontecimientos de la ciudad, desde la famosa “tamborrada” al carnaval.
Volvimos por la calle Puerto hasta la Plaza de Kaimingaintxo, para ver el puerto pesquero con sus casitas adosadas a la ladera del Monte Urgull.
Nuestro recorrido nos encaminó al Ayuntamiento, antigua sede del Gran Casino de San Sebastián, su antiguo salón de baile es el actual salón de plenos y en la terraza se celebraban conciertos al aire libre.
Y como no podía ser de otra manera, la Playa de la Concha nos cautivó y sin miedo al cielo gris que amenazaba lluvia tomamos el Paseo de la Concha decididos a llegar hasta el final. Recorrerlo es un placer y admirar ese mar azul acero con el cielo encapotado una delicia.
A nuestra derecha la arena blanca, las famosas barandillas ornamentales de La Concha, la Isla de Santa Clara, el centro de talasoterapia La Perla y la escultura de Chillida, “Homenaje a Fleming”.
A nuestra izquierda los bellos palacetes del S. XIX, segundas residencias de lujo para pasar el verano, del barrio de Miraconcha y el Palacio de Miramar y sus jardines. De estilo “cottage inglés Reina Ana”, lo construyó la Reina María Cristina en 1.887 para sus estancias veraniegas en San Sebastián. Realizado en ladrillo, piedra arenisca y madera fue obra del arquitecto inglés Selden Wornum y posee unas magnificas vistas de las playas de la Concha y de Ondarreta.
Estuvimos viendo a los surfistas esperar la ola perfecta junto al Paseo de Eduardo Chillida y llegamos al Peine del Viento. Obra de Eduardo Chillida sobre la obra arquitectónica de Luis Peña Ganchegui, une en bella concordia el mar con la creación humana dejando que este penetre en ambas obras en perfecta armonía.
Terminamos el día de la manera perfecta, con las olas chocando contra el muro y su espuma saltando sobre nosotros.
Fecha de visita: Septiembre 2010
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