- CAMINO:
Aterrizamos de noche en Pisa y en el mismo aeropuerto cogimos un tren (5,70 € p.p), con un trasbordo en el camino, que nos dejó en el centro de Florencia.
Una vez allí tomamos la Via de´Panzani y continuamos por la Via de´Cerretani que nos llevó directamente al que iba a ser nuestro lugar de descanso.
Ya instalados, nada más salir del hotel y girar a la derecha nos topamos con una de las maravillas de la arquitectura, el Duomo. Estaba iluminado levemente y resaltaba el blanco del mármol de su fachada en contraste con las zonas oscuras. Solo se podía adivinar ligeramente el rojo de la cúpula de Brunelleschi, pero la imagen me impactó tanto que casi me echo a llorar.
El Duomo, el Campanile y el Battistero son una excelente bienvenida para el visitante que llega a tan hermosa ciudad.
Sin pena, porque sabía que iba a volver, dejamos la Piazza del Duomo y tomamos la Via de´Calzaiuoli hasta la Piazza della Signoria con el Palazzo Vecchio, los Uffizi y la fuente de Neptuno. Continuamos por la Via Calimala y nos encontramos con el Ponte Vecchio. No pudimos evitar quedarnos como tontos viendo el Arno desde el puente, sus dos orillas, las casas, sus colores...
Por la mañana lo primero que hicimos fue ir a presentar nuestros respetos al David de Miguel Ángel (4,00 € p.p.). Está situado en la Galleria dell´Accademia. Tras una sala alargada con figuras de Miguel Angel representando a los cuatro Prigioni y a las cuales nadie les hace mucho caso, aparece el David. Miguel Ángel le dio vida alrededor del 1.500 a partir de una pieza larga de mármol. Majestuoso, no hay palabras. Todos los detalles, los músculos, las venas, es indescriptible, hay que verlo. Aunque para ello te tengas que pegar con una multitud de turistas y estudiantes de medio mundo, pero merece la pena.
Florencia es manejable, el centro histórico es peatonal, así que hay que andar, patear sus calles es la mejor forma de conocer la ciudad y de empaparse de su cultura. Ver sus casas, las calles están llenas de detalles en los que fijarse. Vírgenes en las esquinas, candelabros, llamadores de puertas, árboles, esculturas que salen de las fachadas… es sorprendente.
De la Accademia fuimos por la Via Ricasoli hasta la Piazza San Marco y entramos en el Convento de San Marco, pero no vimos el Museo.
De allí volvimos a la Piazza del Duomo por la Via Cavour.
Ahora lo veía de día. El mármol de la fachada es una virguería. La cúpula roja, las columnas retorcidas de las ventanas… Es preciosa.
Entramos al Duomo, “Basílica de Santa María del Fiore”, por la majestuosa puerta labrada y nos encontramos con un interior austero, amplio, grande, en el suelo posee un mosaico de mármol en tonos terracota y al levantar la vista descubres la policromía de la cúpula. La Basílica se comenzó a construir alrededor del 1.296 y la finalizó Brunelleschi coronándola con la cúpula más grande jamás construida, en 1436. La fachada es neogótica y sustituye a una anterior.
Había que subir a la cúpula, así que dimos una vuelta al exterior para empaparnos de su totalidad. Disfrutamos del Campanile y el Battistero. El Campanile no lo visitamos porque tras la subida a la cúpula de Duomo ya no teníamos ganas de más escaleras y el Battistero lo estaban restaurando y no se podía visitar. También estaban con reformas en parte de la fachada del Duomo lo que hacía que estuviera tapada con un andamio, pero que no le restaba nada de su esplendor.
Accedimos a la cúpula por una entrada lateral (8,00 € p.p.). La subida es por una escalera estrecha y retorcida con pequeñas ventanas que te ofrecen pequeños regalos, en forma de postales, de la ciudad.
Cuando llegas a la barandilla y miras hacia abajo el mosaico de mármol del suelo se aprecia en todo su esplendor y la cúpula te impacta de lleno. Tienes al alcance de la mano uno de los mayores frescos del mundo, creado por Giorgio Vasari y Federico Zuccaro en el S. XVI. Te rodea un gran juicio final con demonios, profetas, ángeles, personajes divinos y pecadores.
Con las pupilas iluminadas por la majestuosidad de la obra pictórica de la cúpula, volvimos al mundo terrenal para continuar muestra experiencia florentina.
Tomamos la Via del Proconsolo, hallando por el camino el Palazzo Nonfinito, el Museo Bargello y la Badía Florentina, en la cual entramos para ver su artesonado, el pequeño claustro y el delicado campanario.
Tras la Piazza San Firenze continuamos por la Via dell´Anguillara para aterrizar en la Piazza di Santa Croce. La plaza posee edificios con bellas fachadas pintadas y está siempre llena de gente. Por lo visto también se llenaba cuando Savonarola se dedicaba en tan bella plaza a ejecutar herejes.
Entramos en la Basílica di Santa Croce (5,00 € p.p.), con la estatua de Dante guardando el acceso.
En la Basílica di Santa Croce es donde Stendhal sufrió su famoso síndrome. Yo tengo una teoría, en Florencia te pasas casi todo el tiempo mirando hacia arriba, cúpulas, artesonados, torres... Creo que es la presión en las cervicales lo que puede producir el mareo...
Pero también he de admitir que la Santa Croce es una iglesia bellísima. Del S. XV, en el interior encontramos tumbas tan ilustres como las de Galileo, Miguel Ángel, Rossini, Dante Alighieri y Niccolo Machiavelli. El artesonado es muy bonito y las pinturas al fresco de las capillas laterales Bardi y Peruzzi, realizadas por Giotto, son impresionantes. Merece la pena acceder a la sacristía y admirar las paredes y el techo.
Salimos al claustro de Brunelleschi y lo primero que te encuentras es la Capella de´Pazzi, del mismo autor. Tumba de la familia Pazzi y uno de los mejores ejemplos de la arquitectura de Brunelleschi. El pórtico de entrada nos ofrece una cúpula bellamente adornada con pinturas en azul y apoyada en dos bóvedas con motivos florales. En el interior destaca de nuevo la cúpula con su linterna y el altar. Como curiosidad, hay una pequeña cúpula que representa los signos zodiacales en el firmamento
La mezcla de religión y paganismo se da por toda Florencia, ya que una de las claves de su historia gira en torno al mandato de los Medici, que promovían el pensamiento, las artes y el saber, pero que fueron duramente reprendidos, ellos y toda la ciudad, por Savonarola, enviado por el mismo dios, según él mismo, claro, para que la ciudad volviera al buen camino dictado por la iglesia.
Tras la visita a la Santa Croce, callejeamos un poco para llegar al Ponte Vecchio.
Ya lo he mencionado antes, pero hay que ir observando, los aleros de las cubiertas, los porteros automáticos, pequeñas fuentes que aparecen porque sí, las contraventanas...
Camino del puente encontramos pintores que te ofrecen sus obras y pequeños artesanos.
El Vecchio alberga a los joyeros, posee puestos en ambos lados del puente, con escaparates de madera y curiosos cierres, en los que los trabajadores de los metales preciosos venden su mercancía. Mucho mejor que antiguamente, cuando los puestos del puente estaban ocupados por los carniceros y curtidores. Más glamour.
Hay que hacer una paradita en mitad del puente para observar el Arno y sus dos orillas.
Cruzando llegamos al Oltrarno, el barrio al otro lado del Arno. Tomamos la Via de´Guicciardini para llegar al Palazzo Pitti. Diseñado por Brunelleschi para Luca Pitti, este pretendía menospreciar con él a los Medici, eternos rivales, pero el tiro le salió por la culata, ya que lo acabó comprando la mujer de Cósimo I de´Medici tras la ruina de los Pitti. La compra por parte de los Medici alteró la arquitectura del palacio. Aumentó su tamaño, se compró el terreno posterior para crear los Jardines de Bóboli y se realizó un pasadizo que recorre Florencia desde los Uffizi al Palazzo Pitti, pasando por encima del Ponte Vecchio, utilizado por la familia para moverse entre ambos palacios sin mezclarse con el populacho.
Renacentista, con fachada almohadillada, se accede desde un exterior con gran pendiente, a un patio interior con la “Fuente de la alcachofa” y la “Grotta di Moisés” al fondo en la que podemos observar la figura de éste con cuernos y dos angelitos nadando.
Dentro del palacio tenemos la Galleria Palatina y los Appartamenti Reali. La colección de pinturas de la primera es asombrosa, Tiziano, Rafael, Zurbarán, Velázquez, Caravaggio, Rubens… Y lo tienen todo expuesto, todo junto, es la máxima expresión de la palabra aglomeración. Unos cuadros sobre otros, rellenando todos los huecos, se encuentran expuestos tal y como los tenían en su época, es sus enormes marcos dorados originales y con los letreros de los autores en ellos.
En los apartamentos reales continúa el mismo “gusto” en la decoración. Los techos están saturados, con pinturas al fresco junto con relieves de ángeles, pequeñas esculturas y oro, mucho oro. Es el recargamiento total. Las telas de la paredes, los zócalos, las cortinas, los muebles…
Salimos a los Jardines de Bóboli a tomar el aire, porque dentro parece que falta con tanta cosa. Dimos un pequeño paseo porque no teníamos tiempo para recorrerlos enteros. De camino a la salida nos topamos con la Grotta di Buontalenti, manierista, con estalactitas, paredes esponjosas y esculturas que parecen vivas. Toda la gruta posee motivos mitológicos, relativos al campo, los pastores, el agua, la naturaleza y el erotismo. Estaba cerrada y no pudimos acceder a las dos salas interiores pero hay que pararse un ratito a observar tanto la fachada como el interior desde la reja.
De salida nos despide la estatua de Baco sobre una tortuga.
Frente al Palazzo Pitti encauzamos el Sor de Pitti, vimos desde fuera la Basílica di Santo Spirito y nos encaminamos a la Piazza del Carmine para visitar la Capella Brancacci (4,00 € p.p.), que sorprendentemente sobrevivió a las llamas que arrasaron la Basilica di Santa Maria del Carmine, y donde pudimos admirar los más antiguos frescos, origen de la pintura del renacimiento, que se conservan.
Volvimos por el Borgo San Frediano hasta el Vecchio y la Piazza della Signoria para ver el Palazzo Vecchio (6,00 € p.p.). Nada más acceder al pequeño claustro y ver las columnas labradas en tonos blancos y dorados y las pinturas del techo solo puedes pensar que los Medici estuvieron allí. Fue construido a principios del S. XIV y reformado interiormente por Cosimo I, fue decorado en estilo manierista por Giorgio Vasari.
En el exterior destaca su aspecto austero y el campanario que lo preside. En el interior la primera parada es el Salone dei Cinquecento. Ostentoso, con el techo dorado, las paredes poseen dos enormes pinturas que representan las batallas de Anghiari y de Cascina, se rumorea que bajo la pintura de Vasari se encuentran dos frescos de las batallas realizados por Da Vinci y Miguel Ángel respectivamente, pero no hay manera de demostrarlo.
Después del Salón de los Quinientos, no sabes muy bien si mirar todo el tiempo hacia arriba para admirar los frescos de los techos, hacia los laterales para quedarte atontado con los de las paredes o hacia abajo para maravillarse con los mosaicos de los suelos. Cualquier rincón merece la pena.
También se visitan los apartamentos de Eleanora, la mujer de Cosimo I y su capilla.
Y aquí terminamos la visita, que para un solo día creo que se aprovechó muy bien.
Al día siguiente decidimos dejar de hacer de turistas y dedicarnos a pasear mezclándonos con la ciudadanía florentina.
Por el Borgo San Lorenzo llegamos a la Piazza del mismo nombre en la que los domingos se realiza un mercadillo y vimos desde fuera la Basílica di San Lorenzo, con su fachada inacabada. Entramos en la misma (3,50 € p.p.) para admirar otra creación de Brunelleschi, de estilo renacentista. Oscura, tiene una luz muy tenue así que hay que esforzarse para observar las pinturas de Miguel Angel del interior y el bello artesonado.
Recorrimos un par de calles tranquilamente para llegar a la Piazza di Santa Maria Novella, donde se encuentra la Basílica di Santa Maria Novella, con su fachada de mármol en estilo románico-renacentista esconde un interior gótico que no llegamos a ver, ya que era hora de misa y no nos dejaron entrar.
Seguimos paseando deteniéndonos de vez en cuando, como en la Piazza della Repubblica, que se realizó en el S. XIX, llevándose por delante todo el casco antiguo de la zona. El Palazzo Davanzati, ejemplo de mansión medieval del S. XIV, un callejón con bajantes cerámicas, una fuente con cara de fauno, otra con cabeza de cordero, la fachada de la Casa di Dante, la Casa Buonarroti…
Y así, paseando y disfrutando del entorno llegamos a la Piazza dei Ciompi donde nos sorprendió un mercadillo de antigüedades con pequeños puestos regentados por abuelitas la mayor parte, en los que te venden todo tipo de muebles, ropas y cachivaches.
Y aquí terminó nuestra visita, volvimos a la estación para coger el tren que nos llevaría al aeropuerto de Pisa pensando que dejábamos una ciudad preciosa, de las más bellas que he visto, en la que sé que viviría superagusto y a la que no me cansaría nunca de volver.
Fecha de visita: Septiembre 2009
Completo y documentado. Un aplauso
ResponderEliminarMuchísimas gracias.
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