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PARADA:
Aprovechando
“Valencia Cuina Oberta”, (certamen
que se celebra dos veces al año, en el que varios restaurantes de la
ciudad, incluidos algunas estrellas michelín, ofrecen un menú
cerrado a un precio asequible),
nos cercamos a comer al restaurante, “Ricard
Camarena”,
en la calle Doctor Sumsi.
Muy
conocido por todos y con una estrella michelín, la entrada en azul y
negro, sin excentricidades, igual que el
interior, creo que intenta decirnos que lo importante no es la
decoración, sino la comida.
Solo
un pequeño letrero en una de las paredes nos indica que estamos en
el sitio correcto y después una puerta y un timbre.
Nos
abre el impecable maître
que nos conduce
inmediatamente a nuestra mesa.
Como
he dicho antes, la decoración es mínima, la justa y necesaria.
Bellas
fotografías en blanco y negro con un toque
erótico y un tono
flamenco sobre la pared de cemento pulido de acceso, marcos con
cubertería antigua y
una cascada de bastones de madera que
da intimidad al apartado,
eso
es todo.
Las mesas están muy separadas por lo que hay intimidad, la cocina
abierta permite ver trabajar
a los cocineros y las luces están
dirigidas
sobre las mesas lo que deja el espacio entre ellas un poco en
penumbra.
No
hay mantel, sobre la mesa de madera desnuda fueron colocando la
comida, cada una con un plato diferente, jugando con los materiales,
creando un contraste genial.
Iniciamos
la experiencia con el olorcillo del pan
de aceite.
Comenzamos
con una cervezas y casi enseguida nos sirvieron el “Canapé de
anguila ahumada y cacaus del collaret” que nos trajo a la mesa y
nos explicó su ejecución el mismísimo Ricard Camarena. Pero
no lo hizo solo con este entrante,
él mismo acompañaba al servicio de cada plato en cada mesa y
comentaba su realización.
Regamos
con un Malleolus y comenzamos a degustar nuestra anguila.
Me
encantó, el ahumado, los cacahuetes... todo encajaba a la
perfección, sobretodo me gustó el sabor ahumado, la anguila no es
mi pez favorito, pero con este plato me he reconvertido.
A
continuación vino la “Infusión
fría de pepino,
calamar y limón”. Fuerte, refrescante, y ácida, era impactante
con mucho sabor y mucha fuerza, potente.
Después
llegó el entrante de “Judía
boby de Alginet con cebolletas y jugo de tomate en salazón”. Las
judías “al dente”, crujientes,
con una especie de vinagreta muy rica gracias a las cebolletas y el
tomate.
Por
ahora el sitio no decepcionaba y como he comentado
Ricard venía a la mesa con cada plato y nos comentaba lo que íbamos
a comer, de donde venían
los ingredientes,
ya que intenta basar todo en productos
autóctonos, y cual
era la mejor
forma de degustar cada uno de
ellos.
Ahora
venían
los principales y con el primero de ellos llegó en mi
opinión, el mejor plato de los que
comimos, la “Caballa glaseada
con boniato, limón y pimienta negra”. Increíble,
un lomo precioso de caballa,
brillante, con una base de boniato y sin una sola espina, era suave,
sabrosa, deliciosa. Me gustó muchísimo.
Y
después de tan increíble caballa vino la decepción, no me
malinterpretéis, estaba muy bueno, pero me dejó un poco “plof”.
Nos trajeron “Rillette y pechuga de pollo de corral con setas
estofadas y un jugo de pollo a l´ast”. Un nombre muuuuy largo para
un plato no tan allá. El rillette increíble, muy rico, me pareció
buenísimo, pero junto al genial rillette con sus níscalos
riquísimos, teníamos el pollo, anodino, sin gracia, la salsa no le
aportaba nada, estaba poco hecho para mi gusto y si me pareció
increíble que la caballa no tuviera ni una espina, en el pollo me
encontré un trozo de cartílago y no fui la única, una pena.
Y
llegó el postre, “Café con leche quemada, mantequilla y
macadamias”, no soy un fan de los postres y los dulces, pero a
parte de bonito, el café con leche quemada me resarció del pollo,
muy muy rico, dulce pero delicado, si, delicado, con una presentación
preciosa y suave al paladar. Me dejó con un muy buen sabor de boca.
Tenía
que haber terminado todo ahí, pero cometimos el error de pedir
cafés. Uff! como siempre, el cortado malísimo. Una comida tan buena
y la fastidian siempre con el café...
Uno
de nuestros compañeros de mesa
pidió
una copita de
Pedro Ximénez,
al cual nos invitaron, un detallazo.
Todo
el personal fue muy correcto, con el maître
tuvimos una
charla amigable toda la comida y todo el mundo estaba en su sitio. Al
final Ricard nos enseñó
la cocina y el otro local que posee, el “Canalla Bistró”, los
dos se encuentran unidos por la cocina. Nos comentó su método
de trabajo, nos habló de los restaurantes, de sus similitudes
y diferencias, tuvimos una charla amena y nos acompañó
a la puerta. La verdad es que el
pobre, andar acercándose a cada mesa con cada plato y luego
enseñarles el local y despedirles... debe de ser un coñazo...
Aprovechar
Cuina Oberta para conocer
un sitio como el “Ricard Camarena”
merece la pena, creo que la comida fue genial, el trato increíble y
la verdad es que estuvimos muy agusto.
(35,00
€ p.p. el menú, sin bebidas).
Fecha
de visita: Noviembre
2013
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