El nombre
no me quedó muy claro, porque mientras que en un sitio se llamaba “Jon”, en
otro figuraba como “John”… Bueno, eso es lo menos importante, solo otro detalle
más.
De una
sola planta aunque con un altillo al fondo para el baño de hombres, el
restaurante no es muy espacioso, había dos grupos grandes así que estábamos un
poco apretados. Techo muy alto y barra al fondo, pero sin servicio, daba la
imagen de restaurante familiar y así era.
La madre en la cocina y el padre y los hijos atendiendo a las mesas.
Ofrecían
dos menús con diferente precio y abundantes platos en cada uno de ellos, nos
decantamos por el más barato. El trato desde el principio fue muy agradable, el
hijo/camarero que nos atendió era simpático y atento, cogió la confianza
adecuada y realizó las bromas justas para resultar gracioso, pero no pesado.
Junto al
vino de la casa, un cosechero sin etiqueta que como estaba frío se podía beber,
de primero elegimos ensalada ilustrada, muy, muy abundante, grande y fresca.
Y
ensaladilla rusa, muy bien de sabor, pero escasa de ingredientes, mucha patata
y aceitunas pero poco mas, aunque la verdad es que estaba muy buena.
Como
segundo plato hubo pollo, por recomendación del camarero, ya que nos dijo que
era su plato favorito de los que cocinaba su madre, pero que resultó soso y
nada digno de mención, decepcionó, sobretodo por la expectativa.
Y también
secreto, no me lo pude acabar, ¿¡Cómo puede ser?! Estaba muy mal hecho, y mira
que es difícil hacer mal un secreto… Muy duro, seco y muy hecho. Creo que se había cocinado dos veces, por los
bordes calcinados.
Los
postres caseros fueron un arroz con leche, muy bueno, y tiramisú.
La verdad
es que aunque la comida no estuviera muy allá, el trato fue muy bueno y en relación
con el precio, comimos sobre mantel, primer plato, segundo y postre, todo
acompañado por vino, creo que no se puede pedir más, ya que además las raciones
son abundantes. El sitio estaba correcto (16,50 € p.p.).
Fecha de visita: Noviembre 2012
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